Bueno, seamos sinceros, si crees en los cuentos de hadas, la leyenda del pastorcillo enamorado debería bastarte: al ver a su amada, olvida su merienda en el fondo de una cueva, para encontrarla cubierta de moho tiempo después. Después de todo, ¿por qué no? Un pequeño despiste puede ser la fuente de grandes descubrimientos.
Lo que es seguro es que el queso Roquefort es muy antiguo. En el siglo I d.C., Plinio el Viejo menciona la existencia de un queso azul en la región. Se dice que el mismísimo Gran Carlomagno lo probó durante una escala en Vabres. Y se dice que el emperador lo disfrutó (aunque hay que decir que habría probado todos los grandes nombres del queso). A Luis XIV le gustaba y Diderot le otorgó el título de roi des fromages. En resumen, nada más que «gente». Ésa es también su leyenda: este pequeño queso es una celebridad que se invita alegremente a las mejores mesas y a las mesas de los mejores.
La primera mención probada del Roquefort en el Cartulario de la Abadía de Conques data de 1070. Muy pronto, lo que preocupó a los fabricantes de Roquefort fue conservar los derechos de fabricación. A principios del siglo XV, Carlos VI concedió a los habitantes del pueblo, por privilegio real, la exclusividad de madurar el queso de Roquefort. Este privilegio fue confirmado de nuevo en 1666 por el Parlamento de Toulouse. Finalmente, en 1925, el Roquefort fue el primer queso en obtener una Appellation d’Origine y hoy se beneficia de una Appellation d’Origine Contrôlée que garantiza el origen del producto.